Tal vez sea porque a lo largo de estos últimos años he
acabado compartiendo cama con muchas mujeres comprometidas. Quizás es porque en
mis relaciones anteriores siempre he sido yo el padre Bambi. Es probable que hayan
influido un poco esas conversaciones que he tenido con algunas chicas, que se
justificaban de haber sido infieles diciendo: “cuando una mujer pone los
cuernos está bien, porque si lo han hecho, es porque ven que hay problemas, en
cambio los hombres ponen los cuernos porque quieren follar”. Es factible pensar
que cuando he escuchado a una estúpida preguntar: “¿pero porqué besar a alguien
de tu mismo sexo también son cuernos?” me haya tocado un poco los huevos. No sé
si serán paranoias mías o que todo sea un cúmulo de todas esas pequeñas cosas,
de esas cosas y de saber que cuando a un hombre le apetece mucho follar, o que
cuando un hombre se obsesiona o se enchocha, los argumentos capitalistas de la
“propiedad” espiritual del sexo adheridos al amor por llamarlo de alguna forma,
(no pretendo ser machista) pasan ajenos al cazador de ganado que consciente o
inconscientemente genera venados astados en los mansos machos tranquilotes y
huevotes.
Es decir, en palabras más sencillas, que estoy tan
acostumbrado a ver mujeres poniendo los cuernos por que sí, ya sea por
estupidez, porque “hay problemas” o por que yo que sé que nueva y estúpida
excusa feminista se les habrá ocurrido esta vez o porque total: es un hombre, a
quien le van a poner los cuernos es a un hombre y seguramente, si no lo ha hecho
ya lo hará algún día porque somos unos cerdos...
He vuelto a divagar. Lo que quiero decir es que estoy tan
acostumbrado a ver mujeres infieles y a ver a tíos persiguiendo mujeres
“ocupadas” que yo, me estoy volviendo paranoico, porque ahora veo a un chico
mirando a mi chica y entiendo el significado de la palabra celos.
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